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En recuerdo de los católicos asesinados el 14 de agosto de 1936

Cumplimos 87 años del genocidio católico realizado por el Frente Popular en Gijón el 14 de agosto de 1936
Según lo refleja Joaquín Alonso Bonet en su obra ¡Simancas! Epopeya de los cuarteles de Gijón.
Antecedentes a los hechos
A las 12.30hs del 14 de agosto de 1936 tres aviones del bando nacional de la Base de León, bombardean Gijón con la intención de atacar el objetivo militar del cuartel del la Guardia de Asalto, la emisora Radio Gijón y la estación de ferrocarril. Quiso la mala fortuna que en esta última cayesen la mayoría de las bombas coincidiendo que se encontrasen en ese momento numerosas personas esperando el tren.
El total de víctimas fueron de setenta y ocho heridos y cincuenta y cuatro muertos. Con la excusa de dicho ataque se produjo un asalto la checa( prisión del pueblo) que habían instalado las autoridades del Frente Popular en la incautada Iglesia de San José del Humedal. Se hallaban prisioneros unas doscientas personas, asesinadas en su mayoría esa tarde noche.

La iglesia en ruinas después de ser dinamitada por el Frente Popular
Detalle del martirio del 14 de agosto de 1936
¡A por los presos!
i Que no quede uno!
¡ Quemarlos vivos !
¡Matarlos en masa !
Mujeres desmelenadas, hombres de taras lombrosianas, vociferan por las calles pidiendo lo que el sedicente jefe militar de Gijón anunciara en aquel parte dictado por el miedo. Y ya no hubo que pensar más.
Los dirigen es, con decir: «es el pueblo.» y «hemos sido desbordados», creían quedar a cubierto de responsabilidades. Ya podía la plebe vengar contra los presos en absoluta indefensión, su impotencia, su rabia desalmada, porque los días, las semanas, casi el mes, era pasado ya, sin que el Simancas y Zapadores dieran señales de desaliento. Por el contrarío, parecían agigantarse, estimulados por la presencia de los aviones amigos.
Vocifera el populacho...
-¡A por los presos !-
Y a por ellos se va tumultuariamente...
Dos días antes se había hecho un traslado de detenidos, desde la Residencia de los P. P. Jesuítas, en la calle del Instituto, a la iglesia de San José. La primera era una prisión angosta, sucia, incapaz para tanto recluso. Se les llevó aI templo del Humedal, entre las burlas, las amenazas, los insultos de una multitud blasfema, sedienta de sangre. Los camiones cargados de presos , pasaban en medio de carcajadas, en un carcajadas, en un calvario de carcajadas, sin que los pobres desventurados tuviesen a quién volver los ojos, como no fuese a la piedad de Jesucristo. Ya en la iglesia, sintiéndose más confortados, porque allí encontraron, además de más holgado acomodo, el ambiente de paz y de misericordia de un Lugar sagrado, donde las santas imágenes ofrecen consuelo y esperanzas. Iban bajando los prisioneros, en cadena atormentada por las zafiedades del populacho y por las agresiones de sus crueles y aduladores sicarios. sólo un instante apareció enmudecer la multitud, como sobrecogida por un movimiento de conmiseración. Fué cuando el diputado a Cortes, don Romualdo Alvargonzález Lanquine, ciego, tacteando, buscaba el abrazo de su compañero don Mariano Merediz preso como él, para llegar hasta las puertas de la nueva prisión.
Una estampa de la amargura y el dolor.
Algunos se postraron ante las imágenes, orando unos instantes. Y allí, sobre el suelo, permanecieron dos días, hasta el 14. A mediodía les suprimieron las comidas que sus familiares les enviaban. Ni comida, ni rancho.
-¿ No nos darán de comer ?-preguntaba alguno. -¿ Para qué?-contesta un miliciano.-
i Para lo que váis a vivir… !
Aquello no es una cárcel…
…es una concentración de seres inocentes, a merced de los bárbaros del Frente Popular que en tromba invadían aquellas naves.
-¡ Nos pagaréis todo lo que está ocurriendo con Ios cuarteles ! No quieres entregarse, y váis a ser vosotros ,los que responderéis con vuestra vida, ¡so perros ! Allí muchos compañeros nuestros ; ahora os toca a vosotros.
Un grupo armado se detiene ante un altar del del Santo Cristo de la Buena Muerte, y allí blasfeman de él y escupen la imagen… Y se alejan entre risotadas. Algunos de los prisioneros, horrorizados, se cubren el rostro con las manos.
Los milicianos arrojan sobre los detenidos unos periódicos de Madrid:
-i Leed eso ! i Para que os vayáis enterando de la verdadera situación de España y de lo bien que marcha la causa del pueblo! En la iglesia retumba un estruendo fanfarrón de gentes armadas. Allí no hay asomo de autoridad, ni nadie aparece. siquiera sea con el ,titulo de responsable. Los presos, ,pues, están en manos de la canalla.
Un venerable sacerdote gijonés, don Juan Rilla, director de el Catecismo de Niñas_, comenta, amargamente :
-¡ Qué víspera de Begoña !
En efecto, la víspera de la fiesta clásica de Gijón, se señala esta vez por el espanto die un rio de sangre. Porque de repente, cuando los periódicos, aquellos van de mano en mano y se subrayan y descifran, en voz baja, noticia, y comentarios, iglesia adelante penetra la turbamulta, encolerizada y ciega, en la que se mezclan muchas mujeres desgreñadas, disparando sus armas contra los infelices recluidos.
¡ No os mováis ! ¡ Os vamos a matar a todos!
Y los pobres presos ·corren desconcertados, llenos de terror, hacia las naves lateraJes, buscando la protección de las columnas del templo, que quedan acribilladas de impactos. Se parapetan detrás de sus mantas y colchonetas, al amparo de los retablos, en un acorralamiento estremecedor. La chusma hace descargas cerradas.
Un miliciano tiene encañonado con su fusil a un prisionero. Se le interpone otro fusilero:
No tires a ese; tírale a ese otro.
Y señala a un Cristo. El miliciano vuelve el fusil, y en la imagen hacen blanco unos cuantos proyectiles. En este rincón oscuro, entre humo de pólvora, parece reproducirse el drama, evangélico del Salvador de los hombres.
-iVenga ! iVenga ! ¡ Matarlos ahí mismo-vociferan las mujerzuelas.
Al pie del altar del Carmen se levanta un joven gijonés, Gaspar Díaz Jove, quien, dirigiéndose al Padre Arcángel, capuchino, suplica, con la unción de un mártir del Cristianismo :
-Padre, vamos a morir; denos la absolución.
Y se arrodilla a sus plantas.
Los dermis prisioneros hacen lo mismo. Encomiendan a Dios su alma, y todos los labios rezan:
-ISeñor mío Jesucristo… !
Discute en el pórtico el que hace de jefe con los asesinos, que sienten prisa de empezar la matanza, y, como ésta se retrasa, las arpías de fuera gritan, blandiendo palos y cuchi[los :
-i Si no os atrevéis vosotros, traedlos aquí, que nosotras los mataremos ! ¡ Primero, los curas !
Y va haciéndose la selección. Sepáranse hasta veintisiete sacerdotes, que pasan desde el altar del Carmen a otro retablo, donde la luz permite a los verdugos verles mejor las caras. Después van los falangistas, numerosos muchachos que habían hecho profesión de fé en la Falange de José Antonio Primo de Rivera. Y así los demás, en confuso tropel, a empellones, hacia las camionetas que esperan a la la puerta, como las carretas de la Revolución francesa. Diez o doce de cada vez pasan a los vehículos, que luego se pierden en los caminos de Jove, Tremañes, de Roces y de la Playa. Hasta la noche, en que penetran las turbas, borrachas de sangre, buscando más fascistas que asesinar.
¡ Ciento dieciséis inocentes caen en aquellas horas terribles, bajo la rabia, y la cobardía de los incapaces de vencer al puñado de héroes refugiados en los cuarteles! A éstos era muy , difícil reducirles; tanto como de fácil tenía asesinar a los prisioneros indefensos, a placer y a impulsos de odio engendrado por la impotencia. Cuando alguna persona, hombre o mujer, niño o niña, suspirante y en lágrimas, llega al pórtico preguntando por alguno de los pobres, presos, la burla brutal es siempre la misma:
No está ; fué de viaje…

En la actual plaza del Humedal se erigió un enorme crucero, en 1962, para rendir homenaje a las víctimas del genocidio de la iglesia de San José.
Posteriormente, los hijos putativos de sus asesinos, lo derribaron con los llamados primeros ayuntamientos democráticos, con la intención de borrar toda huella de semejante atrocidad cometida en el pasado.

En el cementerio de Jove, en Gijón, existe una placa sobre el paredón en el que fueron fusilados la mayor parte de las víctimas del genocidio republicano del 14 de agosto.
