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La “experiencia” en turismo se da a las circunstancias o acontecimientos vividos por una persona en el momento mejor de su vida que son las vacaciones.

El producto turístico.

Lo encontramos disponible a través de canales de distribución, con un precio y promoción definido. Y, está asociado a algún atractivo que motiva el viaje . Como cualquier otro producto, en el turismo , se diferencian en bienes, servicios y experiencias. Entre los primeros se cuentan, por ejemplo, los souvenirs; entre los segundos, el transporte, y entre las experiencias, aquellas que permiten vivir una realidad distinta, como por ejemplo, una cultura ajena a la nuestra.
Aunque todos éstos constituyen categorías separadas, se suelen combinar en un mismo producto. Algunos operadores que ofrecen el servicio de transporte, por ejemplo, proporcionan información y entretenimiento durante el traslado, y al final de este entregan un souvenir como recordatorio del viaje.
Resulta muy complicado ofrecer experiencias sin apoyarse en bienes y servicios, lo que sin embargo no significa que estos sean, en sí mismos, experiencias turísticas; para ser consideradas como tales, deben haber sido creadas con el propósito de generar sensaciones y emociones a sus consumidores finales.
¿ Buscamos un turismo alternativo realmente, o son excusas ante nuestra incapacidad ?
En este contexto que vivimos de administrar emociones materiales y de proximidad, y , ante la caída de turistas atraídos por la historia, arte o literatura y la desaparición del turismo mariano de masas, la nueva inquietud viene dada de una demanda creciente en todo el mundo, donde muchas empresas han aumentado su oferta mediante la teatralización, es decir, una “puesta en escena” especialmente montada para el visitante.
Ésto genera una reacción, cada día más extendida, por el interés de los turistas por vivir experiencias únicas. En el momento actual una parte importante , y, mayor de turistas considera la autenticidad como un elemento importante a la hora de escoger ofertas y destinos, lo que da cuenta de que este aspecto puede diferenciar significativamente un producto turístico, si este logra recalcar sus elementos únicos, originales y espontáneos.
Definir lo exclusivo en el marco de la industria turística, es referirse a la oferta de momentos, lugares, espacios naturales protegidos , objetos y personas que, además de ser genuinos y originales, no han sido modificados o escenificados para los visitantes –es decir, existen independientemente de su presencia–. Un ejemplo de ello es la » Fiesta del Pastor » en los lagos de Covadonga, costumbre de festejar la elección del pastor mayor que dirime sobre el uso de los pastos en caso de conflicto sobre el uso y gestión de los mismos para la cabaña ganadera. De raigambre ancestral se realiza en esta zona de lo que se denomina la Montaña de Covadonga. Ahora bien, un atractivo turístico no solo debe ser auténtico: además, los visitantes deben percibirlo como tal.
Las expectativas de los turistas y las diferencias culturales entre estos y el lugar que visitan también son importantes. Por muy genuino que sea un destino, sus códigos pueden ocasionar un choque cultural en el visitante si son demasiado distintos de los suyos, causándole desilusión y arruinando sus expectativas ( usos y costumbres de un occidental en países de confesiones diferentes tipo a la musulmana, sintoistas o sencillamente opuestas a nuestros valores ).
Otro ejemplo, puede ser lo contrario que es el denominado “síndrome de París”, que ha provocado mareos y taquicardia a algunos visitantes japoneses decepcionados con la Ciudad Luz luego de haberla idealizado en exceso -Ver estudio del psiquiatra Hiroaki Ota-.
Un hecho que definimos como valor añadido socialmente, es la interacción del turista con los lugareños y favorece la percepción de originalidad de un destino e incrementa la satisfacción de los mismos del lugar. Con todo ello, es importante entender que, para la mayor parte de los turistas, la autenticidad no es un fin en sí mismo, sino un factor que acrecienta el valor de atractivos y experiencias.
Una experiencia se caracteriza por:
Articular bienes y servicios habituales (como traslados, comidas, alojamientos, servicio de guías, souvenirs, etc.) con otros menos comunes y específicamente elegidos para la ocasión. Así, la experiencia no reemplaza los servicios turísticos, sino que los integra en un todo que produce efectos en quienes la viven (aunque, naturalmente, una experiencia turística de calidad requiere servicios de calidad).
Integrar múltiples sentidos, como el olfato, el oído, el tacto u otros, para sumergir al turista en el conjunto de estímulos que lo rodea e intensificar su vivencia.
Apelar a diversas dimensiones humanas, como la física, la intelectual, la social, la espiritual y, especialmente, la emocional. En general, las experiencias más memorables y valoradas son aquellas que logran comprometer al visitante en varias dimensiones.
Incorporar una narrativa, esto es, una historia o conjunto de ideas que dé significado, coherencia y organización a todos sus elementos. Bien lograda, dicha narrativa puede constituirse en un atractivo en sí misma, sea que se despliegue explícitamente en un texto escrito o en las palabras del guía, o bien, que esté implícita en la sucesión de actividades de la experiencia, en el carácter de la infraestructura o en la decoración de los espacios.
Provocar interacciones con el entorno que vayan más allá de la sola contemplación. Dichas interacciones pueden producirse con el medio material (equipo, infraestructura, naturaleza, etc.) o social (guías, gente local, otros turistas, etc.), y a partir de ellas, el turista se involucra en el desarrollo de su propia experiencia —lo que incrementa también su compromiso con lo que está viviendo—.
