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Publicación del boletín de Afán nº 35

En el capítulo anterior dejamos a un Pelayo derrotado y en fuga con su séquito hacia tierras del norte. Seguramente eligió Asturias por parentescos con la nobleza visigoda de Cantabria de manera que el cronicón de Alfonso III nos lo sitúa asentado en el valle de Piloña.

Es el Piloña un río que desemboca en el Sella a la altura de Arríondas.  Imagino que ambos ríos bajarían entonces muy caudalosos como actualmente lo hacen todavía el Garona y el Poo en el sur de Francia nutriéndose de neveros perpetuos que siguen existiendo en los pirineo y que entonces existían sin duda y abundantes en los picos de Europa.

Imagino aquellos ríos caudalosos y de fuerte inclinación como lugares de difícil vadeo y fácil vigilancia en los lugares para hacerlo y perfectos por tanto para establecer perímetros defensivos en su vertiente sur ya que a su espalda no había otra cosa, que los infranqueables picos de Europa.

En cualquier caso, la llegada de Pelayo a Asturias debió de ser desoladora. Un pueblo astur aislado por sus montañas y muy atrasado fundamentalmente recolector y cazador. Una evangelización casi inexistente. Una enorme desconfianza hacia los visigodos y encima una casta derrotada en su propia tierra y profundamente herida y dividida con partidarios de Vitiza que había propiciado la invasión musulmana y pretendían hacer valer su favor ante los nuevos caudillos bereberes.

Cuenta el cronicón, que astures y godos, vivieron al parecer bajo la dominación musulmana durante un periodo difícil de precisar, pero que rondaría el quinquenio, pagando la contribución territorial o Yizia al delegado del califa Umar I, que desde Córdoba dirigía con mano de hierro a sus generales para disipar cualquier disidencia entre la nobleza derrotada.

Asturias,  que entonces los árabes consideraban parte de la Galizia, se regía bajo el mando de uno de los comandantes de Tarik (el vencedor de Guadalete) el bereber Muza , que operaba con base presumiblemente en León o en Lugo por ser las capitales más importantes de la zona ya desde tiempos de Roma; pero tenía este un gobernador en la población más grande de Asturias, Gijón, nombrado en las fuentes como Munuza (que  entiendo y es opinión personal, que por la semejanza sustantiva, que pudiera significar  para los locales mandatario de Muza).

La táctica que nos cuenta el cronicón, es que los árabes sometían a un férreo marcaje a la nobleza visigoda disidente, y fruto de ello se nos narra que Pelayo,  ya fuera por disidencias con el nuevo gobernador de Gijón, ya lo fuera   por enfrentamientos con otros nobles vitizianos, fue trasladado a Córdoba como rehén, mientras que su hermana  entró a formar parte del harén del gobernador de Gijón;   lo que provocó la furia de don Pelayo que se fugó de Córdoba rumbo nuevamente a Asturias, suponemos que directo a Gijón para vengarse del gobernador.

Lo cierto es que, con su huida, el espartario Pelayo, imaginamos que fuertemente resentido por su derrota; por su destierro a Córdoba; y por la afrenta de su hermana, se había convertido por la gracia de la Providencia en un prófugo disidente en la nueva España islámica.

Parece ser que su vuelta al Valle de Cangas coincidió con «un concilium» en Cangas donde se discutían cuestiones entre los lugareños, para hacer frente a las imposiciones de los nuevos dueños musllimes; pero la asamblea resultó a pedir de boca, para el nuevo rebelde,  quien aprovechó la disidencia y disconformidades entre aquellas gentes para reprocharles su ignominiosa sumisión y hacer valer un llamado a la disidencia y la preparación de un golpe de mano para derrocar al gobernador de Gijón y liberar de paso a su hermana.

Los hechos sucedieron en el 718 en un momento en que el califa Umar había enviado todo su potencial militar a la conquista de la Galia ahora de los francos, ocupando el sur de Francia de la mano del caudillo Al-Samah.

Fueron tres años en los que Pelayo pudo campar a sus anchas formando un pequeño ejército, ya que Munuza carecía de recursos con los que contrarrestar la rebelión de forma efectiva y podemos decir que son los años en que se fraguó el caudillaje de Don Pelayo, cuyo pronombre, con el que pasó a la historia, deja muy a las claras su fidelidad al Rey Rodericus, apodado Don Rodrigo. Él era sencillamente un espartero del rey Rodrigo un militar.

La aventura francesa de Al Samah, terminó en agosto del 721 donde el ejército expedicionario islámico sucumbió ante los francos en la batalla de Poitiers, frente a Toulouse, la antigua capital visigoda, donde el propio Al  Samah  perdió la vida en combate y el desastre fue total,  sumiendo al califato en un terrible problema de ocupar una nación tan extensa como España sin su columna militar vertebral que fue descuartizada en Francia.

Resulta entonces más explicable fracaso islámico frente a Pelayo,  pues el cuerpo expedicionario creado  por el nuevo califa, Anbasa, a cuyo frente puso a Alqama y cuya finalidad era doblegar a Pelayo y restaurar el control de Munuza sobre la región, ya no podía estar formado ni por los jefes, ni por la temible caballería berberisca,  ni por fuerzas de élite ni guerreros de experiencia; se trataría seguramente de un cuerpo expedicionario conformado por guerreros dispersos sacados de distintos lugares, cuando no de reclutas sin demasiada experiencia;  pero lo cierto es que fue lo suficientemente pujante para hacer retroceder a Pelayo hasta la Montaña de Covadonga y terminar refugiado en la cueva por aquel entonces sólo secretamente accesible. Las fuentes árabes fijan el conflicto definitivo el día de Arafa del año 103 de héjira; es decir el 28 de mayo del 722.

La crónica de Alfonso III nos habla de la gran victoria en Covadonga. La prueba de la religiosidad cristiana del bando astur, la tenemos en el estandarte que portaba don Pelayo, que era la cruz de Cristo y que es el alma cubierta por plata y piedras preciosas que contiene la gran Cruz de la Victoria, símbolo de Asturias, que puede venerarse en su grandeza en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Para mi absoluta prueba del cristianismo de don Pelayo que sólo podía deberse a su lealtad para con la monarquía católica visigoda.

Las fuentes árabes por su parte reconocen la existencia del combate, pero no hablan de derrota sino de abandono ante la imposibilidad de someter al asno de Pelayo refugiado en su roca.

Pero lo cierto es que tras la marcha o huida del ejército de Alqama, Pelayo se apoderó de Gijón y puso en fuga al gobernador Munuza, del que nunca más se supo. 

Se ha escrito mucho, a favor y en contra de la batalla de Covadonga. Desde considerarla una magna batalla ganada incluso con la intervención y el favor divinos. Hasta considerarla una escaramuza que terminó en tablas por la ausencia de rentabilidad ante el esfuerzo que le estaba suponiendo al califato que tenía otras preocupaciones y prioridades; pero sea como fuere las consecuencias y el desenlace de la confrontación de Covadonga fue el nacimiento de un reino con base en Cangas de Onís, que se regía por los principios, la doctrina, y la moral del cristianismo. Un espacio recóndito, pero claramente fuera de la influencia del islam, que resultó ser su antagonista y donde fueron refugiándose todos aquellos hispano romanos del resto de las regiones de España que no aceptaron su conversión al islam como impuso a sus súbditos el califa Abderramán II.

Covadonga fue mucho más que una batalla. Covadonga fue el santo y seña de la resistencia de Europa frente al islam que significa sumisión. Covadonga es un canto a la libertad; es la victoria de Cristo frente al anticristo del beato de Liébana. Es el faro que dio luz a un combate de ocho siglos para reconquistar el alma cristiana de España y en gran parte del mundo; no importa el tiempo, porque para Dios 1000 años es como un día en día como 1000 años.

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